UN BUEN POLICÍA ES BUENA PERSONA

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Hay trabajos en los que la persona puede decir: hago esto o tengo este puesto, pero hay otros en donde la persona dice “soy…”. Esto porque aunque no se encuentre en su lugar de trabajo o no traiga su uniforme, sigue siendo lo que realiza, ya que su trabajo o su profesión la llevan consigo a donde vayan y, moralmente, su obrar debe ser conforme a lo que hacen.

Estar en ojo del huracán en un clima de alto riesgo laboral, tener una de las profesiones más criticadas y descalificadas (de manera a priori por buena parte de la población), trabajar con jornadas laborales excesivas, estar en la mira de la propia ley y además no recibir las prestaciones de los viáticos, sin información alguna, es definitivamente un tema de justicia social y laboral.

Ésta es la situación que viven algunos de los elementos de la Policía Ministerial del Estado, ya que como hemos visto, en Mazatlán, los ministeriales bajaron las armas y no salieron a patrullar por incumplimiento a sus derechos como trabajadores.

No se debe olvidar que no sólo es empleado quien trabaja para la iniciativa privada, los servidores públicos también son empleados y como tales, tienen sus derechos.

Con mayor razón si se trata de un trabajo en el cual sus vidas están expuestas.

Siguiendo la primacía del ser, una persona, detrás de la función que realiza, es persona, un policía es primero persona, luego padre, esposo e hijo, luego policía. Si lo primero está bien y en orden en cuanto a la salud física, emocional y mental, lo segundo estará bien. Esto se proyectará en un tercer punto: lo profesional o laboral, lo cual regresa al punto de partida convirtiéndose en un círculo, del cual cada punto depende de lo siguiente.

Mucho se ha hecho por equipar adecuadamente y profesionalizar al policía, pero no hay que olvidar a la persona; si bien la profesionalización va también en favor de la persona, lo otro no es menos importante, ya que contribuye directamente para el bienestar de su familia.

En la opinión pública sería amable tener presente lo anterior, las muestras de respeto hacia su labor se convierten en exigencias morales en silencio, pero que van llegando a una exigencia y compromiso personales por desempeñarse mejor en el deber.

 Javier E. Zepeda Osuna

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