Un pueblo ignorante es tan peligroso como una sociedad que niega la realidad en la que vive. Podrán quejarse de los contenidos de los libros de texto gratuitos, pero nunca podrán negar el daño que se ha sufrido por ocultar lo que somos, lo que pensamos y lo que vivimos los seres humanos. Quemar o destruir un libro, no solo se atenta al derecho del saber, sino con detener el avance de la sociedad en la transformación de los seres humanos. Los libros de texto son y serán siempre la causa directa del saber. Son las herramientas con las que se forjan las mentes para dar cuenta del porvenir, sin menoscabo de la calidad de vida de quienes los usan. Quemar, destruir, ocultar, la letra escrita, no ayuda en nada a una sociedad que se jacta de ser dinámica y proactiva. El oscurantismo es la actitud contraria a la difusión de la cultura en la sociedad. El oscurantismo fue una práctica del clero medieval para frenar el conocimiento, la razón y la cultura al pueblo en general. Está claro que mucho de aquella época sigue siendo presente pero con una condición paralela; lo económico. Lo que se vive ahora con los libros de texto gratuitos, sirve de igual forma a robustecer una narrativa política que nutre a la oposición para ganar legitimidad en el evento político que está en puerta para el 2024. Si antes no observamos descontento de la sociedad civil, de los medios corporativos o de la clase oligárquica por los libros de texto gratuitos, no lo fue porque estuvieran de acuerdo o no con sus contenidos, sino porque todos los mencionados tuvieron prerrogativas de parte de los gobiernos. Este asunto de los LTG, habrá de consignarse en ellos mismos como parte de esa historia en que grupos políticos y empresariales usaron a la sociedad civil como escudo de contención para proteger sus intereses. Les preocupa demasiado el contenido de los LTG, pero dejan a sus hijos en manos de las apps, de la televisión abierta; cuyo contenido de la violencia es prácticamente apologista a ella misma, y a tantas influencias que se viven en las redes sociales. En fin, tienen derecho a protestar, pero nunca podrán evitar que el cambio llegue. ¿Cuántas piras habrán de encender para ganar simpatías en las próximas elecciones?