Hay ideas que han cambiado al mundo, que han cambiado al hombre. Hay ideas que transforman, ideas que revolucionan. Hay esfuerzos para el cambio y los hay también para no renovarte. Si la semilla no muere, nunca dará frutos. Si tu pensamiento no cambia, serás siempre el mismo. Ya adultos nos oponemos a cambiar, no así para impulsar a tus hijos a ser distintos a cómo fuimos mucho tiempo atrás. Curioso es que nos negamos a ser diferentes e infringimos toda regla para exigir no ser el mismo de siempre. Somos sin duda, sembradores de ideas, inquisidores del cambio, críticos de lo establecido, pero cuando se trata de nosotros mismos ralentizamos el proceso para liberarnos. No soportamos dar cuenta de un cambio para todos, pero aprobamos el premio que nos dan para callarnos. Se protesta casi por todo, pero nos ciega el orgullo de que el cambio lo está logrando quien según tú no puede lograrlo. Somos sembradores de ideas revolucionarias a nuestros hijos, pero cuando no somos nosotros los creadores de esas ideas damos al traste con lo alcanzado por otros. Si quisiéramos podríamos detenernos a observar lo que realmente está pasando, pero mejor callamos y escuchamos las voces de quienes son opositores. No se ocupa más de un dedo de frente para dar cuenta que ya no estamos en lo de siempre.
Llegó el sembrador a poner su semilla, unas cayeron en el camino, que fue alimento de los pájaros. Otras cayeron en piedras que murieron al salir el sol, pues no tenían raíces. Otras tantas cayeron en espinos y se ahogaron. Pero parte de ellas cayeron en tierra fértil y crecieron.
Ciertamente la semilla es como la idea, esta última cumple con la parábola del sembrador. Nosotros somos la tierra que acogemos la semilla o la idea, de nosotros depende que ofrezca frutos.
De nosotros depende que México sea diferente.