El Palenque ya está en Culiacán, el frío comienza a llegar y las calles a adornarse y en poco tiempo llegarán las posadas. Y con ello las festividades en domicilios y colonias comenzarán a multiplicarse.
Será paradójico ver próximamente las reuniones decembrinas ambientadas con música totalmente contraria al espíritu motivo por el cual se celebran estas tradiciones.
Igualmente asombroso resulta pasar por donde haya una piñata y que la rockola esté sonando algún narco corrido. O más asombroso aún, ver a los niños de primaria cantarlos de memoria.
El gobierno ha realizado prohibiciones expresas referentes a los narcorridos, la última con motivo del Palenque y la negación del permiso a Gerardo Ortiz y a Calibre 50 por el contenido de sus canciones.
El arte siempre ha sido una manifestación del ser humano, el artista expresa su pasión, sus ideas y su visión del mundo y de la vida a través de sus obras, de igual manera los amantes de su arte se identifican y se encuentran al contemplar o disfrutar de sus obras. Llega a crearse una empatía entre lo que el artista quiere expresar y lo que capta el admirador.
En este caso, podemos partir de lo anterior y ver cómo los niños y los adolescentes ya se encuentran en sintonía con el contenido de estas canciones y con los ideales que presentan.
¿Será que los narcocorridos incitan a la violencia o tal vez, encuentran quien empatice con sus letras y sean para ellos la manifestación de sus deseos?
En este caso el problema es más afondo, si bien es un medio que promueve la violencia y el tipo de vida que proponen, está el problema que hay individuos que su conciencia no los rechaza, sino que los ven como ideales. Lamentablemente, en muchos casos, propuestos o aprendidos en casa.
Tengamos en cuenta lo anterior, la música que traemos en el carro cuando vienen niños y la música que se toca en nuestras fiestas, ésta habla del ambiente de las personas que congrega.
Javier E. Zepeda Osuna