En el flagelo de la violencia el presidente Enrique Peña Nieto lo dijo claramente: “Evidentemente estamos a distancia de lograr el objetivo de asegurar que tengamos un país plenamente en paz”
Y en el problema de la corrupción dijo que desterrarla va a tomar un buen tiempo.
Luego entonces eso será la tarea del próximo presidente de la República, una asignatura que se le encargo en campaña al propio EPN y que al parecer se agravó otro tanto y llegó a espacios que no imaginábamos.
Apenas en mayo, cientos de médicos marcharon en Sinaloa para exigir justicia por la muerte del doctor Miguel ángel Camacho Zamudio, asesinado en las puertas del hospital del ISSSTE en Mazatlán.
En Veracruz, el 7 de agosto, la doctora ginecóloga Elda Domínguez Sollozo fue apuñalada en su consultorio y provocó un paro de médicos veracruzanos y el trabajo bajo protesta de todos los ginecólogos del país en los hospitales públicos.
Javier Valdez, periodista sinaloense de talla internacional, fue asesinado frente a las oficinas del periódico en el que laboraba, en un Culiacán que tiene 300 policías para un millón de habitantes.
En materia de corrupción el presidente Peña asegura que no es problema de un solo partido y pide se señalen en forma pareja porque hay corrupción en todos los sectores y organismos políticos.
Eso no cuenta como bueno.
Lo que cuenta como bueno es que hay trabajo, aunque lento, para combatir los dos grandes problemas que sufrimos, como son el Sistema Nacional Anticorrupción por un lado y la coordinación de los cuerpos de seguridad en el país en busca de policías estatales únicas.
No se escatima lo hecho en el manejo económico del país, en educación, en la generación de empleos en estos cinco años, en el avance de la infraestructura y un buen lobbing en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio. Eso es bueno y cuenta.
Pero lo bueno es enemigo de lo mejor: paz, transparencia y alimento en todas las mesas.