Sinaloa transitó por una competencia política decepcionante y una jornada electoral marcada por el miedo, cuya madeja maligna atrapó tanto a los ciudadanos electores como a los funcionarios de casilla.
Quema de unidades del transporte público, ataques a edificios, amenazas a miembros de partidos políticos, abandono de material electoral, retención de credenciales de elector y el uso de la tecnología para comprobar el ejercicio del voto, comprometido o comprado, deprimieron la fiesta ciudadana.
En Así es la política siempre se ha dicho que lo más bajo del ejercicio político es el crimen, que nunca ha estado ausente en la lucha por el poder; pero en esta ocasión lo enmarcaron en el terrorismo electoral.
La toma de camiones, la quema de edificios y las amenazas directas retuvieron a los sufragantes y muchos funcionarios de casillas en sus domicilios.
Finalmente la elección se dio con una votación general muy baja.
Un elemento de rechazo a votar, siempre presente, es la guerra sucia, pero en el bote de la basura muchos encuentran información importante para la reflexión y decisión de su voto. La corrupción y la maldad se huelen y pueden ser un vomitivo que expulse de nuestro cuerpo social esos agentes.
Esta baja participación en una elección de gobernador, presidentes municipales con regidores y legisladores, que se presenta cada seis años, se quedó muy atrás de lo sucedido el 2010.
Sinaloa ya no será tarea de todos.
Corresponde ahora a los electos, debilitados por su falta de convocatoria, ganar la confianza del ciudadano. Les toca demostrar que la corrupción, la violencia, la falta de justicia, el asesinato político y la violación a los derechos humanos no serán su sello.
Y entonces sí tendrán el apoyo popular.