Nos encontramos al inicio de otro mes patrio significativo en la historia y costumbres de nuestro México por la celebración de dos fechas tradicionales: el día de muertos y el aniversario de la Revolución Mexicana.

Nos enfocaremos en tratar sobre el día de muertos o día de los fieles difuntos como se le denomina en el calendario litúrgico romano.

Esta celebración no se nos dio con la llegada de los españoles, ya existía, ya que los pueblos prehispánicos tenían la creencia de la vida después de la muerte, pero las almas de los difuntos tenían necesidad de apoyo de los vivos, así que se les tenía que proveer de alimento ya que los espíritus viajarían; además necesitaban de sus objetos preciados porque en ese trayecto que hace el alma hasta su lugar de descanso, tendría que pasar por lugares inhóspitos.

De esta forma surge la tradición de dedicarle un altar a los seres queridos que ya no se encuentran con nosotros, decorándolos con los platillos que más le gustaban junto con el pan y los objetos que más usaban. Por otro lado con elementos como la flor de cempasúchil, con su colorido amarillo alegra el alma de los muertos para su partida, las velas que les iluminan su camino, el copal o el incienso para alejar los malos espíritus, el agua para mitigar la sed, la sal para que no se corrompa en su viaje y pueda volver el siguiente año.

Con la llegada de los españoles se añadieron elementos católicos a los altares como la cruz de ceniza que simboliza la expiación de sus faltas.

La vida y la muerte como contrarios son parte de nuestra cultura y siempre se le ha visto hasta de forma simpática, cosa que asombra a personas de otras culturas.

Ésta junto con nuestras demás tradiciones no es fruto de la mercadotecnia sino de la vida y experiencias de un pueblo orgulloso de sus orígenes.

Seamos transmisores de lo que otras generaciones nos heredaron, celebremos lo nuestro y a los nuestros.

Javier Ernesto Zepeda Osuna