Cultura y Reflexiones Semanario No. 1608

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LA FIESTA EN CELESTINO GASCA–CUENTO-
Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

Eran las 11 hrs., de un día de septiembre en las playas lodosas de Celestino Gasca, en Sinaloa. Al día siguiente, como en los últimos 19 años, se celebraría la fiesta en honor al líder y guía moral del sindicato de maestros en el estado, y flamante senador de la república. Cumplía éste 58 años y los últimos 33 años se había ganado el “cariño” de sus agremiados, representando a los profes desde las distintas comisiones, ya fuera en el sindicato o en bien logrados puestos de elección popular. Desde entonces no daba clases. Actualmente es senador y quiere ser gobernador.
Con una carpetita de cartón en la mano, Irineo Soto se bajó de una troca Ford roja 1973. Desde Elota viajó de raite, agarrado de una panga atada al toldo de la camioneta, hasta llegar a donde sería la sede de la gran fiesta. Con un calorón de 40 grados, Irineo se acomodó debajo de una enramada sobreviviente del ultimo chubasco que todavía gozaba de la compañía de unas cuantas hojas secas de palma. Al fondo se veían camiones de algunas marcas cerveceras montando toldos de tubo y lona, y bajando mesas y sillas de plástico. Saludó Irineo a dos jóvenes que dirigían el acomodo de las carpas.
-¿Viene a la fiesta?
-Si -contestó Irineo- me vine un día antes para agarrar lugarcito cerca de la palapa donde estará el profesor con sus amigos los políticos.
-Y dónde pasará la noche.
-Por aquí.
-Hay mucho mosquito, oiga. No se puede pasar la noche así nomás.
-Mire usted, -contesta Irineo-, tengo 23 años trabajando en la escuelita mas lejana de Choix y gano una miseria como maestro rural. Allí sí hay moscos, de los rodadores, no chingaderas. Por eso se me fue la mujer. En el cuarto donde me quedo a dormir hay también güinas, viudas negras, alacranes, cascabeles, y afuera hay narcos, sicarios, soldados, judiciales, mujeres violadas, niñas embarazadas y mucho plebe marihuano. ¿Cree usted que me asustan los jejenes? Tengo 18 horas que salí del rancho, y a caballo, caminando, nadando, en camión y de raite, he llegado hasta aquí para poder ver al profesor, así que, como quiera amanezco vivo para poder saludarlo mañana. ¿No cree?
-¿De veras lo quiere saludar?
-Pues sí. Es que hace como diez años le pedí un cambio a la cabecera de Choix y me dijo que lo viera después, y he ido muchas veces a buscarlo, pero no me han dejado llegarle; disque siempre anda a las carreras o que está en México.
Irineo aguantó las altas temperaturas durante el día. Como a las siete de la tarde abrió una lata de sardina, una lata de chiles serranos y unas galletas saladas que empujó empinándose el galón de agua.
Por la mañana, desde las 6 hrs., había gran movimiento en las playas. Más tarde empezaron a llegar camionetas, autobuses, carros y cuanto medio existía, todos llenos de gente bien ordenadita y caminando en filas, conducidas y acomodadas por hombres y mujeres con gafete, y que les habían llevado hasta ahí. La mayoría dijeron no ser maestros, pero hasta sus comunidades y campamentos agrícolas fueron a invitarlos desde una semana antes de la gran celebración.
Al preguntar Irineo dónde estaría la palapa del “profesor” nadie le supo decir con exactitud. Se acomodó recargado cerca del espacio que estaban adornando con plantas y flores. El humeante ambiente olía a carnitas, camarones, ceviche, barbacoa, tamales y hieleras con cerveza, mucha cerveza. Las tamboras, bandas y conjuntos empezaron a probar sonido, luego tocaron todas al mismo tiempo.
El templete grande empezó a echar humo, y con una presentación en performance, muy parecida a la de los Tucanes de Tijuana anunciaron la llegada del “profesor”. Muy sonriente el senador profesor, acompañado de sus amigos, se acomoda en la palapa al otro extremo, y muy lejos de donde se había apostado Irineo. Había ya como diez mil personas, y no menos de 500 de ellas llevaban un folder con peticiones bajo el brazo, muy parecido al del profe Irineo. Todos querían saludar al festejado. Para algunos bastaba con que el “profesor” les diera una palmadita para caer en una especie de éxtasis casi de experiencia religiosa contemplativa. Con el “profesor” había funcionarios de gobierno, diputados, presidentes municipales, regidores, aspirantes a candidatos y familiares, todos en la misma palapa. Sus mesas rebosaban las más exquisitas viandas regionales. “Todo esto me lo regalaron”, decía el “profesor”, abrazando alegremente al secretario de gobierno. Los demás, los profes de a pie, festejaban en su honor, muy allá, fuera del discreto cerco de seguridad, entre rebatingas de señoras embarazadas y chamacos llorando que cargaban en sus manitas un plato desechable con una mezcla de barbacoa, sopa fría y arena, copeteadas con tres tortillas frías y escurriendo sólido y enchilado caldo grasoso.
¡El senador para gobernador! –Gritó alguien- El secretario de gobierno peló los ojos y al fondo de la mesa se retiraron dos personajes de Guamúchil.
El profe Irineo llegó de regreso a su escuela del ranchito de “El Puerto” a las 7:30 de la mañana. Había pasado una semana desde el último intento de ver al senador “profesor”, líder y guía moral del magisterio sinaloense en Celestino Gasca, para recordarle de su cambio de plaza.
“Dentro de unos ocho años volveré a ver al profesor”, pensó Irineo en voz alta, mientras borraba el pizarrón. ¡Caramba! pero si dentro de siete me jubilo, pa´ qué chingados le ando buscando ya, pues”.

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