Por una política pascual

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Nos encontramos al inicio del tiempo de la Pascua, el cual según su etimología significa el paso de Dios y recuerda, por un lado la pascua judía, cuando Dios rescató por medio de Moisés al pueblo de Israel, el cual se encontraba en cautiverio y en condiciones de esclavitud en Egipto.

Por otro lado la pascua cristiana cuya liturgia celebra solemnemente la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa; en ella celebran la Resurrección de Jesucristo, su triunfo sobre la muerte, sobre aquello que es considerado el ocaso del hombre, pero que sin embargo se tiene que experimentar para llegar a una vida más plena.

Ambas nos dan elementos para renovarnos espiritualmente y modernizar nuestra visión sobre la vida; luego de participar de los momentos que forman parte, no solo de la tradición de la Iglesia, sino de la tradición de los pueblos, de nuestras culturas y que contienen elementos cargados de misticismo que nos ayudan para rejuvenecer el espíritu.

Un dato importante de la historia eclesiástica que podemos adoptar es que, en la Pascua, aquellos que vivieron presencialmente los momentos que nosotros año tras año conmemoramos a través de signos o representaciones, supieron renovarse y convertirse.

Su renovación o conversión existencial no los llevó a un aislamiento, sino que los proyectó hacia una vida compartida, un vivir “con” y un vivir “al lado de”.

La modernización mental y espiritual, propia de la Pascua, no es para aislarnos. Es para transformarnos en comunidad, en sociedad, en grupo.

En la primera pascua cristiana los que creyeron y optaron por una conversión de fe y de costumbres se asociaron a otros, no se apartaron. La comunión de fe, de ideas, de vivencias los llevó a hermanarse. Así sucede a través del tiempo con todo aquel que se va sumando a ese grupo que creció y ahora está en todo el mundo.

¿Cómo sería la proyección de una pascua espiritual a una pascua social en cada creyente como ciudadano?

Ahora que la cultura política presenta rasgos de hostilidad social por sus signos de corrupción, deshonestidad y falta de caridad, bien harían los candidatos a legisladores en acercarse a la gente sin mentiras, sin falsas promesas, sin propaganda inútil, sin falsos temores y ofreciendo caridad , esperanza y verdad.

Y luego de que obtengan el favor de la representación social no quedar aislados en recintos fortificados y tribunas desprovistas de luchas sociales.

Su renovación los hará fuertes y libres.

Que así sea.

            Javier Ernesto Zepeda O.

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