Los Dones

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Nos hemos acostumbrado a ver los dones muy diversos, estos como el canto, la música, la pintura, la arquitectura, la cocina, la poesía, etcétera. Apreciamos grandemente la belleza, la magnificencia, lo sofisticado, lo sublime, hasta lo natural como una creación artística de la naturaleza. Sin embargo, existen muchos dones que no consideramos que lo sean y que habremos de tenerlos en cuenta para agradecer al creador de todo lo que somos capaces. Los dones u obsequios que recibimos, no siempre son reconocidos, debido a que no entran en la categoría descrita. A veces el don de la sanación se encuentra escondido en las personas. El don de la mirada reparadora, del abrazo esperanzador, de la palabra reflexiva, de la asistencia espiritual, de la ayuda inesperada, de la empatía fructífera, de la sonrisa solidaria, del escrito reflexivo, el don de la palabra. Todo ello, son parte de los dones que Dios le da al hombre para hacerlos sentir vivos en los momentos más profundos de la existencia humana. La inspiración de gozarse cada día por lo que el individuo encuentra en el camino, es un don que se manifiesta en la congruencia del ser con lo que lo alimenta cada día, no hablo de la comida, sino del alimento que da felicidad y alarga la existencia humana. Esos dones que se encuentran, a veces en las personas menos sensibles, pero que son la únicas portadoras de ellos, nos ayudan a entender la diversidad de lo que somos. A veces una enfermedad de alguien nos identifica con esas personas y dada la gravedad de ellos, nos vinculamos sin darnos cuenta. Un síndrome de un niño puede hacernos tocar el fondo de nuestras emociones, llevarnos a la crisis existencial para reconfigurar nuestra identidad y nuestra vida personal. El don de la parsimonia da tranquilidad a quienes le rodean. El don del escucha, nos permite tener un sentido común más amplio, nos permite contar con el receptor a quien le corresponde escucharnos. A veces precisamos de hacer una catarsis y no lo hacemos con cualquier persona, necesitamos poder contar con esa persona que nos provoca tranquilidad y serenidad. El don de servirle a los demás pone en la mesa la oportuna respuesta que alguien pueda necesitar. El don de la solidaridad y la empatía, que nos hace andar con zapatos ajenos, sintiendo lo que el otro pisa, aprendiendo en ese andar lo que otros viven. El don de la resiliencia, ese que ayuda a ponerte por encima de la problemática existencial. En fin, hay tantos dones como personas en el mundo, a veces los tenemos sin darnos cuenta de ello.

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