Marca Cultural de Sinaloa
QUE LA REALIDAD NO NOS DECEPCIONE (segunda parte)
SERGIO CEYCA
En la primera parte de esta colaboración para la página Semana Cultural de Excelsior leimos que en La novela inconclusa de Bernardino Casablanca, desde su título hay dos preguntas: ¿Quién fue Bernardino?, y, ¿por qué su novela queda inconclusa? López Cuadras la ambienta en los sesentas, época en la que creció el negocio del narcotráfico en Sinaloa, cuando iniciaron las idolatrías de los criminales y cuando los ahora capos legendarios estaban dando sus primeros pasos; en aquel contexto, se aprovecha de un vacío histórico y literario para iniciar su novela: la vida de excesos en sus últimos años de Truman Capote, el famoso autor estadunidense de socialité que solía visitar a sus amigos por todo el mundo para olvidar el martirio que fue escribir su obra magna, A sangre fría, la primera novela catalogada como una novela de no ficción. Capote, todo lujos y derroche, arriba al aeropuerto de Culiacán dónde lo espera Narciso Capistrán, un joven estudiante de letras que conoció, como vagabundo, en las calles de la Gran Manzana; el mismo joven al que dio cobijo y auxilió en una mala temporada para ambos; en un momento en que Capistrán moría de hambre y Capote buscaba superar su crisis e iniciaba, al mismo tiempo, el manuscrito perdido de Plegarias atendidas.
Capistrán lo sube a un Volkswagen destartalado y le pasa una cerveza Pacífico, “antes de que pienses en regresar en el primer vuelo que cruce la frontera”; quiere contarle sus nuevas ambiciones literarias: escribir la versión tropical de la novela de no ficción sobre Bernardino Casablanca, el dueño de la casa de burlesque de un pequeño pueblo en el pacífico mexicano, Guasuchi, la tierra trazada por López Cuadras en los cuentos de La vez que conocí a Kim Novak, el cual fue asesinado unos meses antes y por cuyo crimen, qué sorpresa en Sinaloa, no se realiza ninguna detención porque, en realidad, lo que sobran son sospechosos en Guasuchi. ¿Por qué a su entierro acudieron tantos malandrines y cuál de ellos fue el culpable de su muerte?
Y en esta segunda parte leemos.
En una escena de Duelo por Miguel Pruneda, de David Toscana, uno de los personajes comenta que la historia de la muerte de un hombre no tiene ningún valor por sí misma, que lo importante es su vida, qué comía, cómo vivía la cotidianidad; en la novela de César López Cuadras se descubre esa intención cuando uno avanza por las páginas y descubre que el homicidio de Bernardino Casablanca no es el misterio de la novela sino el que detona el movimiento del narrador a contar otras historias: hace hablar a quienes vivieron alrededor de la vida de Casablanca: la de una mujer, con su hijo, que lleva a trabajar a su tugurio; la de su esposa, aquella Madame Bovary que nada más vive para su casa pero que sueña con otras vidas, más incitantes encerrados en los libros; la de los policías que investigan su caso, conociendo la sarta de atrocidades que envolvían su vida. Historias que van girando y dando vueltas alrededor del problema principal.
Si López Cuadras hizo que Truman Capote acudiera a su novela fue con la intención de que, desde el inicio, el lector encuentre una mentira atrayente que lo mantenga en las páginas, que le haga sentir que se adentra en una ficción que a ratos es divertida, a ratos interesante, pero que, en apariencia, no tiene nada que ver con la atrocidad que anda por las calles de Sinaloa; como si López Cuadras estuviera en una mesa con el lector, separados por una botella de alcohol, y le estuviera relatando una historia que él mismo atestiguó con sus propios ojos.
Pareciera que en Sinaloa, a diferencia de Holcolm, la verdad queda a medias: los detalles escabrosos del crimen no importan porque siempre son los mismos; las razones tampoco, porque más bien siempre sobran. En la lectura se pueden saber cientos de ellas, todas sesgadas, todas a medias, pero nunca se llega a la conclusión verdadera porque, como dice Capote sobre la literatura en cierto pasaje, quizá no hay que permitir que la realidad nos decepcione.