Hechos desagradables que ocurrieron hace días en Culiacán vuelven a tocar las fibras sensibles de una parte de la sociedad. ¿Por qué decir “una parte” y no completamente “la sociedad”?.
Porque también, quien delinque, quien obra la maldad, forma parte de la sociedad, son parte de la comunidad donde convivimos.
El secuestro es uno de los grandes males y maldades que se cometen. Por distintas circunstancias o presiones algunas personas se ven orilladas a delinquir, por ejemplo: puede quien por hambre robe, o para sufragar ciertas necesidades reales, aunque existe el principio ético: “el fin no justifica los medios”.
Pero para males como el secuestro no existe justificación, habrá razones, más no justificaciones que no es lo mismo.
En un secuestro no solo la víctima afectada es la persona privada de su libertad, lo es también quien forma parte de su círculo cercano como la familia nuclear, quienes quedan igualmente lastimadas como quienes fueron privados de su libertad. Es un daño que no termina con el rescate, deja huellas muy profundas y golpea en la estabilidad emocional de las personas afectadas.
Los problemas económicos no son ni justificante ni en absoluto una razón para perpetrar un mal de esa magnitud. Esto deja ver un cáncer social, la deformación o la falta de formación de las conciencias.
El principio de la educación laica nos habla que la cuestión de los principios religiosos y los temas de conciencia son privados del individuo y de formarlos en su casa, pero también, quien propuso este ideal educativo positivista en México, Gabino Barreda, veía la necesidad de formar ciudadanos con valores tradicionales y éticos.
La formación de las conciencias es una necesidad apremiante, el formar individuos con principios éticos y humanistas desde los niveles básicos de la educación, centrados en la dignidad de la persona, en el respeto de la vida. Esto es ya una urgencia.
Acabamos de celebrar el día del niño y esto hace pensar en que los secuestradores también fueron niños y se divirtieron con cosas sencillas como todo niño, buscaban el refugio de sus mayores y de sus familias, fueron a la escuela, tuvieron amigos. ¿En qué momento dejaron de ser así? ¿Quién les inculcó el mal y se los facilitó?
Javier E. Zepeda Osuna.